Construir con lo que se tiene a mano es una filosofía de trabajo que no sólo activa la imaginación, sino que hace posible el cumplimiento de los sueños. No es una defensa del realismo, sino todo lo contrario.” 

 

a77

El estudio a77, Gustavo Diéguez y Lucas Gilardi, es un equipo de arquitectos que disfrutan de la construcción de proyectos con sus propias manos. Su trabajo consiste en la producción de una variedad de objetos de uso cotidiano que llegan a alcanzar el tamaño de piezas de arquitectura. En sus producciones combinan el arte, la arquitectura, la sociología y el urbanismo, con un particular interés por la reutilización de restos industriales y el reciclaje aplicados a la vivienda experimental, a la formación de instituciones efímeras, a la activación de dinámicas sociales en el espacio público y a la autogestión de espacios culturales, Son autores de escritos y ponencias sobre asuntos urbanos y arquitectónicos. 

 

Sus trabajos construidos han tenido lugar en Buenos Aires, Barcelona y Nueva York, entre otras ciudades, y han sido exhibidos en multiples exposiciones nacionales e internacionales.

 

Integran el equipo de dirección de IF (Investigaciones del Futuro), institución inespecífica, galpón de producción, plataforma de reflexión transdisciplinaria y de desarrollo de iniciativas para entornos vulnerables.

 

En 2022 obtuvieron el Premio Konex de Platino en la categoría Diseño del Espacio Publico correspondiente a la década 2011-2022. 

 

Tienen a su cargo el Taller de Experimentación Proyectual y el Laboratorio de Experimentación Tecnológica del Instituto de Arquitectura perteneciente a la Escuela de Hábitat y Sostenibilidad de la Universidad Nacional de San Martin.

 

Desde 2019 conducen la catedra Taller a77 en la Facultad de Arquitectura de Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, donde promueven el aprendizaje de la arquitectura en contacto directo con organizaciones y personas con necesidades concretas, para arribar a proyectos que alcanzan a construirse materialmente con validación comunitaria, sin abandonar por ello el incentivo del abordaje proyectual de cada estudiante en los temas arquitectónicos de su interés.

Prólogo

Para una crítica de la crisis. 

¿Aquello que ocurre luego es el cambio?

La experiencia vivida a través de la actividad desarrollada dentro del estudio a77 ha resultado un camino de aprendizaje que se inició con la comprensión de la dinámica de la autoconstrucción, el diseño de la reutilidad y la influencia de la inteligencia de los materiales. Ese recorrido ha encontrado mayores horizontes con el entendimiento, desarrollo y despliegue de dispositivos de autogestión mediante la formulación de acciones sociales basadas en experiencias constructivas comunitarias en donde los contextos de participación universitaria han sido variados y hasta disímiles.

 

Desde su inicio, el trabajo en a77 se ha orientado a fusionar la construcción de artefactos habitables con la gestión de acciones culturales y dinámicas sociales. La sucesión de proyectos ha demostrado cada vez con mayor fuerza que una situación posibilita a la otra, casi como en un impulso primitivo de organización, en la idea de que la construcción colectiva supone la puesta en foco de los grupos humanos en función del cumplimiento de una necesidad. Allí la arquitectura entra en juego como objeto intermediario del deseo colectivo.

 

Desde aquel entonces se puso especial énfasis en diluir la figura antagónica de lo efímero y lo perdurable en el contexto de la creación de instituciones experimentales o dispositivos constructivos y su relación paradojal con el paso del tiempo. Lo que dejó como enseñanza la crisis argentina de 2001 fue la necesidad de que la participación y la producción de experimentos institucionales sean realmente eficientes para su sostenibilidad social en relación con sus propios tiempos de duración. En ese sentido, aún resuena a modo de enseñanza el sentimiento de oportunidad perdida luego de la fugaz permanencia de las estructuras asamblearias, posibilidad cierta de transformación política que no pudo sostenerse, y que al poco tiempo fueron reabsorbidas por el mismo sistema de actores que provocó el estallido social de 2001.

 

Pero la crisis siempre estuvo allí, aunque su presencia haya sido vista solo como un estado eventual. En esa interpretación naturalizada del despliegue temporal, al concepto de crisis le sigue un complemento que formula el par, que opera como contrafigura y que se expresa en la idea del cambio. En el momento que una crisis se manifiesta se desata entonces la necesidad del cambio, operando en la secuencia lógica de la solución como respuesta de un problema. Y en esa modulación secuencial considerada entre ambos como la prosecución de opuestos, no hay otra cosa que una continuidad de lo mismo: el tiempo.

 

Crisis y cambio contienen un mismo componente respecto a su condición de artificios e invenciones a las que sólo la asignación de un tiempo específico las delimita y las une. La tarea de comprensión del tiempo en la franja cognoscitiva que establecen estos períodos de supuesta alternancia conduce a suscribir la idea de que la política sea básicamente una disciplina estética en tanto que provee de forma a las vicisitudes que producen los procesos y vaivenes económicos financieros nacionales e internacionales. La política desarrolla y despliega mecanismos de visibilidad de los cambios que suceden a las crisis, y formula para ellas un régimen de figuras descriptivas que aspiran a ser instaladas en el relato histórico.

La dinámica crisis-cambio ha mantenido un sentido ambivalente para la arquitectura. La arquitectura es sumamente sensible a las crisis sociales y económicas en su reflejo con la esfera política, pero reacciona dentro de los formatos sucedáneos a la crisis del arte, vestida con los ropajes teóricos de las carátulas del pensamiento filosófico.

 

En esa estructura de reacción a los estímulos críticos se ha pasado de la genérica escena post-moderna a la particular secta deconstructiva y de la optimista mirada paramétrica al para-optimista olfato verde. Pero dentro de aquella lectura cernida por las apariencias es muy probable que los cambios no sean más que formalizaciones de la política arquitectónica antes conocida como crítica disciplinar, hoy estructurada más honestamente por los fenómenos de edición; tal vez la herencia de mayor persistencia que haya recibido el conocimiento de la arquitectura en el siglo XX.

 

En tiempos de la modernidad clásica, la crisis siempre se experimentaba como una posibilidad concreta de ruptura y la crítica como la ruptura en sí misma. Hoy, obviamente, ya no somos capaces de realizar esta experiencia. Ya no hay ningún tipo de experiencia de interacción entre crisis y crítica” [1].

 

¿Cuáles son las razones temporales para consentir con la idea del cambio? ¿Habrá llegado el momento de decretar el estado de vida como crítico y a la crisis como estado de vida, como un continuum?

 

En ese sentido, aparece en el escenario la posibilidad de avanzar en una tarea que tienda a establecer campos de afinidad cualitativa entre quienes sencillamente no han tenido mayor alternativa que experimentar estéticamente a la crisis como estado vital inevitable para acceder entre otras cosas al hecho arquitectónico, y eso no necesariamente responde a una cuestión de cercanía geográfica ni de referencialidad geopolítica, aunque pueda reportar un primer campo de aproximación en esos términos. Es una respuesta política. No responde a la idea del cambio necesario como respuesta a la crisis, responde al desafío de la continuidad a pesar de ella, porque ese es su escenario.


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[1]   Buden, Boris. 2008. “Critica sin crisis, crisis sin critica” en A.A.V.V. Producción cultural y prácticas instituyentes. Líneas de ruptura en la crítica institucional. (Madrid: Traficantes de sueños)