El sueño de la casa comunitaria

Hacia una industrialización de la acción cooperativa

1.

La arquitectura actúa sobre las normas. Las normas son cosas de lógica, de análisis, de estudio escrupuloso. Las normas se establecen sobre un problema bien planteado. La arquitectura es invención plástica, especulación material, matemática superior”

Ojos que no ven…Los automóviles.

Hacia una Arquitectura. Le Corbusier

 

 

Con la aparición en 1923 del libro Hacia una arquitectura, Le Corbusier puso definitivamente en escena la quimera de la producción industrializada de viviendas, una vez que las grandes máquinas de la ingeniería revolucionaron la forma de transportar a las personas.

 

La figura metafórica de la “máquina de habitar” ofició como emblema de las aspiraciones de emulación de la tecnología automotriz para ser aplicada en la arquitectura.

 

Se inició desde entonces un arduo camino de despliegue de la industrialización atravesado por un siglo de guerras y catástrofes naturales, donde no ha faltado oportunidad para convertir al tema en un aspecto ineludible. Desde entonces, lo que Le Corbusier denominó normas de invención plástica también ha supuesto un compromiso impostergable con el cual cargar y una deuda para la arquitectura en su pretensión por encarnar un rol salvífico desde la posición que instalaron las vanguardias europeas.

 

 

2.

En la actualidad, una de cada tres familias de América Latina y el Caribe —un total de 59 millones de personas— habita en una vivienda inadecuada o construida con materiales precarios o carente de servicios básicos. Casi dos millones de las tres millones de familias que se forman cada año en ciudades latinoamericanas se ven obligadas a instalarse en viviendas informales, como en las zonas marginales, a causa de una oferta insuficiente de viviendas adecuadas y asequibles”, señala el estudio editado en 2012 por el BID (Banco Interamericano de Desarrollo). Un espacio para el desarrollo: los mercados de la vivienda en América Latina y el Caribe”

 

Cotejamos sin sorpresa que el crecimiento demográfico en progresión aritmética siempre le ha llevado la delantera a los índices de la producción del hábitat. Ante ese escenario, se deberá asumir que el incremento del déficit habitacional en las condiciones planteadas tradicionalmente es una tendencia histórica irreductible.

 

Pero, es este déficit enraizado solamente un problema de los medios de producción?

 

Si bien la estandarización industrial de la vivienda, que formó parte constitutiva de la historia de la arquitectura del siglo XX, debiera ser revisada y re-significada luego de años en los que cayera en el olvido, sería necesario volver a atender las condiciones del acceso trazadas desde las mismas políticas habitacionales. Resultaría inconsistente para el análisis prescindir de una lectura política del problema si la real intención es solventar este déficit incremental.

 

 

3.

Las ciudades argentinas consolidaron su tejido urbano durante las primeras cuatro décadas del siglo pasado mientras se convertían en un verdadero laboratorio en el intento por constituir alternativas eficientes para el uso del suelo y el establecimiento de los miles de nuevos habitantes que se incorporaron por las grandes migraciones externas e internas a los núcleos poblacionales. Buenos Aires, en especial en los barrios del sur, exhibe una considerable cantidad de huellas de esos experimentos que se mantienen vigentes y que permiten sacar conclusiones sobre el alcance de sus resultados. Fueron el fruto de los primeros pasos de la acción del Estado que, poco a poco, fue comprendiendo a través de los gobiernos sucesivos la necesidad de desarrollar políticas de alojamiento para lo que se consideraba por entonces la clase obrera.

 

La primera ley nacional (Nº 9677) con real alcance territorial fue proclamada en 1915 dando origen a la Comisión Nacional de Casas Baratas. Pero lo cierto es que su aparición es un emergente posterior a las experiencias desarrolladas por la iniciativa privada a través de diferentes organizaciones sociales y religiosas, quienes actuaron ante la necesidad y sentaron precedente.

 

Fue en aquel momento cuando se transparentó tímidamente la primera controversia respecto a la vivienda que aún nos mantiene ocupados. Los grupos ligados a la iglesia católica representados por agrupaciones tales como la Unión Popular Católica Argentina o la Asociación de las Damas de Caridad de San Vicente de Paul, eran partidarios para sus emprendimientos de la vivienda individual unifamiliar. Con la aparición del cooperativismo en la Argentina -a partir de la conformación de la Cooperativa de Ahorro, Vivienda y Provisión El Hogar Obrero-, se acuñó el concepto de Casa Colectiva, esto es, edificaciones de usos mixtos en las que las unidades habitacionales agrupadas en altura se articulaban con otros usos en las plantas bajas, principalmente ocupadas por almacenes y proveedurías, bajo un sistema de autogestión de la vivienda.

 

Dicha controversia trató de ser solventada desde el estado a través de la aparición de casos de combinación entre vivienda individual y residencia colectiva, pero sin claras directrices en función de las diferencias de signo y rumbo en los gobiernos que comenzaron a sucederse.

 

Durante el primer período peronista entre los años 1946 y 1955 la acción del estado se caracterizó por la heterogeneidad de criterios respecto a los modelos edilicios, con el foco puesto en el fenómeno de la construcción masiva de viviendas, aunque con menor atención por las consecuencias de fondo en términos de impacto urbano, tema por entonces corrido del centro de la agenda.

 

La expansión del conurbano bonaerense y el proceso de metropolización fue de tal dimensión que el territorio quedó librado a las fuerzas de acción de los propios fenómenos de asentamiento con el consiguiente auge de un incipiente mercado inmobiliario; mientras se seguía insistiendo en depositar energías en el intento de complacer aquel Plan Director iniciado por Le Corbusier para una porción de ciudad mucho más reducida y, si se quiere, más consolidada en sus recursos. Por entonces costaba entender que el espejo ya reflejaba a una metrópolis y no solo a una ciudad.

 

En esos tiempos de expansión urbanizadora comenzó a librarse una batalla que, a los fines de este texto, encuentra resonancia en la metáfora corbusierana de los medios de transporte aplicados a la residencia. La red de carreteras comenzó a establecer competencia territorial con las redes ferroviarias. El Automóvil Club Argentino desde mediados de los años ‘30 inició una sólida avanzada junto a Yacimientos Petrolíferos Fiscales en el desarrollo de una red de carreteras, puntos de abastecimiento y postas camineras de alojamiento. Poco a poco el automóvil fue desplazando al tren y, de ese modo, el rumbo de una equívoca interpretación competitiva de las redes de integración territorial fue también cargando de sentido una concepción acerca de las formas de vida en nuestro régimen de consumo enlazado al ascenso social y la doble aspiración que se desprende de ello: el auto familiar y el sueño de la casa propia.

 

Con el correr de los años se fueron produciendo desplazamientos entre las concepciones aspiracionales instaladas y la aparición de nuevos ensayos y experimentaciones de la vivienda social adoptados de otros contextos.

 

El incremento de la densidad de los núcleos poblacionales edificados desde las políticas públicas de vivienda entre 1970 y 1990 provocó un creciente nivel de separación de tales aspiraciones sociales en virtud de constituirse como nuevas ciudades dentro de áreas muchas veces distantes de las pre-existencias urbanizadas. Entonces, cuando la disyuntiva entre vivienda individual y vivienda colectiva se vio sobrepasada por lo que para el ciudadano común comenzó a llamarse los monoblocks –esto es-, mega conjuntos de viviendas que pusieron a convivir al mismo tiempo a miles de personas en un mismo lugar en vías de consolidación; se inicia otra época en la que la búsqueda de los efectos cuantitativos no logra ponerse en sintonía con una lectura social urbana horizontal en términos de igualación de diferencias y de integración de la población. La caída sostenida de la clase media en los años posteriores coronará estas diferencias a partir del deterioro progresivo de los grandes conjuntos que nunca dejaron de ser piezas autónomas y, por lo tanto, frágiles.

 

La década del ‘90 se inicia con la caída del modelo cooperativista tras la quiebra de El Hogar Obrero estableciendo un síntoma notable y simbólico del fin de una época, de transformación de modelos y de consolidación de una cultura urbana de consumo individual en un contexto de aparente dilución de lo ideológico.

 

Desde entonces los criterios y las modalidades de producción de la vivienda, asumidos como un acuerdo tácito entre estado y sociedad, no se han desviado de ese rumbo salvo en casos aislados de formación de pequeños escenarios contraculturales como aquellos que, por ejemplo, facilitaron las leyes 341 y 964 en la ciudad de Buenos Aires con el Programa de Autogestión de la Vivienda, que posibilitaba la organización de la sociedad civil en cooperativas para el desarrollo de la vivienda social que, luego de un paulatino proceso de debilitamiento, subsiste hoy casi sin factibilidad concreta de instrumentación.

 

La Argentina tuvo una importante oportunidad en los años posteriores a la salida de la crisis de 2001 cuando las condiciones de producción del hábitat se volvieron más favorables en función de la disponibilidad del crecimiento de las asignaciones presupuestarias para obra pública. El período se puede caracterizar bajo una mirada desdoblada, representada por las dos caras de una moneda.

 

Por un lado el Plan Federal de Viviendas, enfocado a los sectores más vulnerables, ha representado una muestra palpable de la desconsideración hacia la profesión de la arquitectura en lo concerniente al diseño y la reflexión urbana, con un curioso desconocimiento de los antecedentes en la materia y con una mirada territorial más cercana a la política de la inmediatez que a una auténtica estrategia de carácter federal.

 

Por otro lado la más reciente iniciativa del Pro.Cre.Ar. ha significado la inclusión de una valiosa herramienta de inclusión en el sistema laboral de una numerosa cantidad de jóvenes arquitectos -en particular en la operatoria de construcción de casas unifamiliares sobre lotes de dominio privado-, participando de un proceso de construcción de viviendas para la clase media en diferentes puntos del país, motorizando el consumo, multiplicando el empleo y a la industria de la construcción, dentro de un circuito económico equilibrado a partir de una clara estructura de gestión y financiamiento.

 

Sin embargo, lo que ha dejado la primera década y media de este nuevo siglo en términos del repertorio de respuestas hacia el fondo de la problemática es la continuidad idiosincrática de lo sembrado en la última década del siglo XX. Si bien el Pro.Cre.Ar en su dinámica de incentivo de la vivienda individual, y en relación a lo conseguido en el corto periodo 2011-2015, es tal vez de las operatorias más exitosas dentro de las políticas públicas de vivienda, no constituye un cambio cultural en el tema, ni deja de construirse sobre la base del aprovechamiento de oportunidades con los recursos existentes y el incentivo del crecimiento de un capital dentro de la esfera privada, para un grupo social con alguna capacidad de ahorro o de propiedad de suelo.

 

 

4.

La casa: ¿producto o derecho? Las operatorias de desarrollo y proyecto urbano, los mecanismos de gestión, las formas de vida todavía no encontraron un modelo de producción social del hábitat que no emule las condiciones prescriptas por la sociedad de consumo.

 

Detrás de la idea de que con la participación basada en la consulta es suficiente, se ha dejado de lado de la escena cualquier situación vinculada a prácticas de cooperación y ayuda mutua. Es entonces que se deambula entre opuestos. Entre la situación de delegación del problema, espera y reclamo generada por las acciones del Estado, y la del fomento de la acción unitaria caracterizada por el emprendedorismo y la iniciativa empresarial, no se vislumbran alternativas intermedias vinculadas a la integración de la totalidad de los actores en el proceso.

 

Se puede apreciar que, con cierto grado de naturalización, las conductas sociales son lineales con la presencia o ausencia de herramientas, normativas y estímulos para la cohesión y la organización comunitaria que impliquen el compromiso con un objetivo colectivo o con la consolidación de un sistema de pertenencia. En ese punto es que podemos considerarnos en un alto grado de desconocimiento o desapego de la cultura urbana. El sociólogo Jeffrey Goldfarb prefiere definir el caso, en términos de su análisis genérico del contexto internacional, como el de una sociedad cínica poco dispuesta a cooperar, en función de la declamación por la participación que se ha hecho un lugar común.

 

Richard Sennet en su reciente ensayo Juntos cita como ejemplo superador el caso del guanxi, aquel código de cohesión social establecido de modo generalizado e informal en China que involucra a la población en una red de contención que propicia el intercambio y el apoyo intrapersonal con un claro esquema de premios y castigos.

 

¿Qué tan lejos estamos de estas prácticas culturalmente incorporadas o de poder tener al alcance mecanismos de gestión de naturaleza jurídica para una implementación sencilla de estos procedimientos?

 

¿Qué lugar le ha quedado a la arquitectura? O una inversión de la pregunta: ¿En qué lugar se ubica la arquitectura en la producción del hábitat? A esta altura de los acontecimientos, el arquitecto, o el colectivo de arquitectos para ser más amplio, puede liderar algún proceso? ¿Puede imponer las normas? ¿Puede incidir en la educación primaria, media y superior para incluir y estudiar estos temas en las escuelas? ¿O es solo un agente, una herramienta técnica de la cadena de producción?

 

Si bien el rol de la arquitectura se ha desdibujado desde los años del mesianismo del movimiento moderno, podemos decir que todas esas cuestiones debieran formar parte de las responsabilidades de los arquitectos en términos de su integración en un colectivo social implicado mucho más amplio que permita la construcción de un objetivo mayor al de la salida individual.

 

La dificultad por el momento consiste en encontrar algo más allá de la figura del aislamiento como práctica conservadora y como estrategia ligada al sistema de aspiraciones de la clase media, cuyos exponentes o estereotipos por derecha y por izquierda lo constituyen el lote del barrio cerrado o la salida hacia una nueva vida en la isla o la montaña.

 

El mercado no representa la dimensión completa de este tema. El problema de la vivienda es inescindible de su dimensión social y atraviesa las fronteras de la disciplina arquitectónica y hasta del real state –valga la expresión-, cuando se desplaza de su entidad como producto y se enfrenta a su condición de derecho.

 

Allí la carrera toma otra velocidad. El hambre y el desamparo habitacional corren en paralelo sobre la situación cuantitativa de la oferta de recursos y la consecuente atadura con los medios productivos y los procesos de industrialización. Las preguntas se multiplican ¿Cómo desnaturalizar los sistemas establecidos que no han satisfecho las necesidades básicas? ¿Cómo volver inclusiva la discusión del acceso a la vivienda? ¿Cómo lograr transparentar la información acerca de ella? ¿Cómo ser indiferente al aspecto ideológico de la realidad habitacional en lo que al acceso a la vivienda se refiere? ¿Hay posibilidad de producir montajes sociales entre producción trabajo y calidad técnico-arquitectónica en el cruce con una pormenorizada lectura para la gestión del territorio y de la estructura urbana? ¿Es posible reconocer y asumir en la identidad de los grupos con voluntad de autogestión y autoproducción su pertenencia a organizaciones sociales o grupos partidarios?

 

El sueño de la casa comunitaria no parece ser hoy la enunciación de un deseo colectivo. Pero si en efecto la verdadera voluntad es solventar un déficit inalcanzable se necesitará de un nuevo paradigma que renueve la mirada sobre la industrialización, los medios productivos, el compromiso social a través de fórmulas colaborativas que integren entre ellas a la autogestión del hábitat y sobre todo una acción estatal que administre de manera estratégica los recursos dentro de la forma más creativa de administrar un país territorialmente equilibrado.

 

 

5.

Cuando los hombres occidentales se definen hoy despreocupadamente como demócratas, no lo hacen, la mayor parte de las veces, porque tengan la pretensión de cargar con la cosa pública en las labores cotidianas, sino porque consideran, con razón, que la democracia es la forma de sociedad que les permite no pensar en el Estado ni en el arte de la copertenencia mutua.”

En el mismo Barco. Peter Sloterdijk.

(El título vuelve sobre el simbolismo de la nave, a propósito de las metáforas que involucran a las máquinas del transporte)

 

 

El sueño de la casa sustentable. En el estado de deterioro progresivo de la situación del hábitat, ya no parece muy radicalizado afirmar que la única sostenibilidad a tener en cuenta es la social. Nuestra naturaleza humana es depredadora. Como resistencia a su inevitabilidad solo nos queda producir el tiempo con los otros de la manera más integrada posible. Los intentos materiales por hacer perdurar los recursos más allá de sus límites no son otra cosa que una acción testimonial de la tarea de construcción colectiva de un entorno colaborativo y por lo tanto menos desigual. El estudio de las variables económicas del cuidado de los recursos poco sirven si las decisiones que de ellas se desprenden no colaboran a paliar las actuales asimetrías.

 

La única sostenibilidad posible es aquella que favorece la vida de sociedades menos desiguales. La única vivienda sostenible es la que se habita. Mientras no existan viviendas al alcance de los sectores más desprotegidos, las variables de la sostenibilidad solo son argumentos perversos y localizados en minorías bien pensantes que desgravan su responsabilidad de hoy en la ilusión de un futuro perfecto.

 

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Gustavo Diéguez. Agosto de 2016

Publicado en AAVV. UNA CASA: Habitar contemporánea. Daniel Silberfaden, Julián Aróstegui, compiladores. Bisman Ediciones, Buenos Aires, 2016